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Mostrando las entradas de 2018

A quien corresponda

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Tengo tantas cosas que contarte. Contarte por ejemplo, cómo mis manos extrañan tu cintura que ahora solo tienen que conformarse con abrazar el aire helado de la distancia. Contarte también que mis ojos se quedan estáticos mirando nada, sólo imaginando tu fugacidad de estrella radiante. Cuando lo hago se sonríe mi boca sin haberle ordenado y se empañan mis labios sin haberles dado motivo. Tantas cosas que contarte cuando viajo de aquí para allá atravesando el páramo encantado sin tus encantos, solo vagando en mi imaginación y desespero. También tengo que contarte que este amor que te tengo sigue siendo igual de intenso y apasionado que no te pienso una vez, sino el tiempo entero. Cuando leo o camino mirando tantas cosas bonitas, pienso: tú eres más bonita, así sin adornos porque te decora tu inteligencia, vocación, y ese hermoso cabello oscuro largo que solía enredarse en mis venas, en mi lengua, en mi cenicero. Tantas cosas que contarte como la envidia que sie

Casualidad

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Ella sueña con dar ese salto largo olímpico de la relación, sueña con tener esa vida con el hombre que ama en donde las distancias se acortan y los sentidos se enmarañan en un solo poro de sudor. Ella continúa a la espera de su propuesta y mientras tanto busca distracciones con su séquito de amigos que la consuelan de los pesares de la duda. Se viste de trajes que combinan con su belleza única de diva; al mirarse al espejo se toca los senos y se muerde los labios pensando en él.  A través del cristal de su estante fija la pupila en su teléfono color pastel atenta a una señal pero las novedades hoy no llegan, más se siente la presencia de las tentaciones de nuevas aventuras con desdichados mercaderes oportunistas del momento, esos que siguen la rutina de la pretensión con manjares académicos, buenas vidas, y risitas mentirosas tras un perfil social de internet.   Ella está confundida. Uno de esos mercaderes la invita a salir. El hombre tiene seguridad en sus pa

Al rescate de la Pelota Nacional

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Todas las tardes desde las  14:00  los vecinos de la parroquia La Paz, en el cantón Montúfar, en Carchi, se reúnen desde hace más de 20 años en el estadio principal para practicar su deporte favorito: la Pelota Nacional.   No importa la edad ni la condición social, solo es necesaria la habilidad para controlar y maniobrar la 'paleta', es decir, la tabla de madera cuadrada rústica con la que se golpea el mini balón y que además pesa cerca de cuatro libras. Esta práctica es el principal entretenimiento de los paceños, en su mayoría hombres que después de su jornada diaria en el campo buscan una sana distracción para terminar su día.  Rigoberto Pozo, uno de los participantes, explica que este deporte, como cualquier otro, también tiene sus reglas, por ejemplo menciona que el partido puede durar hasta dos horas aproximadamente, dependiendo del nivel de los jugadores; la cancha mide 50 metros de largo por 20 de ancho según el espacio de terreno.   Los equip

Hasta viejitos. Relato.

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Una tarde de fin de semana estuve aburrido en casa y el sol brillaba luego de varios días de lluvia. Me gusta la lectura y pensé en terminar un clásico de Saramago que llevo meses sin darle una ojeada, pero luego me detuve y pensé: "de qué me sirven unas líneas literarias cuando también podría encontrar poesía allá afuera"; entonces preparé mi bicicleta, empaqué mi cámara, enlisté mi música en la sección favoritos de mi reproductor, y me fui a pedalear. Mi cuerpo ya no es tan atlético ni fornido como cuando era adolescente deportista, pero la respiración aleatoria aún me funciona al intercalar mis piernas de izquierda a derecha en cada movimiento mientras avanzo en la ruta con mi bici.  No llegué lejos esta vez. La carretera que conecta a mi ciudad con una comunidad de pequeños agricultores y empresarios estaba con tránsito poco usual debido a que el poblado estaba de fiesta.  Había congregado a mucha gente que disfrutaba de las orquestas musicales, juegos po

Perro de vida

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Perro ecuatoriano que se respeta lleva por nombre Peluchín.  En reiteradas ocasiones al caminar por la acera de mi barrio con dirección a la tienda de abarrotes siempre me asalta al descuido el Peluchín.   Me ladra y me muestra sus colmillos deformes en señal de que estoy pisando tierra ajena. Me gruñe y se queda inmóvil mirándome de ladito, amenazándome de reojo como queriendo decir que si doy un paso más me morderá los tobillos. “¡Peluchín adentro! ¡Peluchín, carajo! ¡Peluchín así no!” Son las inquietantes súplicas que mis vecinas alardean cuando el Peluchín persigue a los autos que van a toda madre, o a las motos con el tubo de escape descompuesto que hace que el rechinar del motor despierte a los desocupados de una tarde de fin de semana, o a quienes caminamos libremente a comprar alguna chuchería en el bazar de doña Juana. Por supuesto, yo tenía un perro llamado Peluchín. Nombre tan popular entre los perros que sirve de competencia para los Luises, Marías,