Casualidad





Ella sueña con dar ese salto largo olímpico de la relación, sueña con tener esa vida con el hombre que ama en donde las distancias se acortan y los sentidos se enmarañan en un solo poro de sudor.

Ella continúa a la espera de su propuesta y mientras tanto busca distracciones con su séquito de amigos que la consuelan de los pesares de la duda.

Se viste de trajes que combinan con su belleza única de diva; al mirarse al espejo se toca los senos y se muerde los labios pensando en él. A través del cristal de su estante fija la pupila en su teléfono color pastel atenta a una señal pero las novedades hoy no llegan, más se siente la presencia de las tentaciones de nuevas aventuras con desdichados mercaderes oportunistas del momento, esos que siguen la rutina de la pretensión con manjares académicos, buenas vidas, y risitas mentirosas tras un perfil social de internet.

 Ella está confundida. Uno de esos mercaderes la invita a salir.

El hombre tiene seguridad en sus palabras y cortejo, pues se escuda en el sentimiento victimizado de haber experimentado desdichas amorosas; con esta jugada ella se conduele, y casi sumisa e impactada accede a su invitación. Sonríe en el chat capcioso, le cosquillean las costillas, responde y corresponde en cada bip de su teléfono inteligente...

El negociante conoce de estrategias de conquista. Ha estudiado bien el terreno previa intervención, conoce los protocolos para persuadir a una mujer con proyección, desesperación, y a ratos con desdicha. Poco a poco lo consigue.Se perfuma nuevamente, se aprieta los pechos, voltea a cerciorarse de su móvil y ¡oh casualidad! un mensaje de su amado.

Pensativa se sienta frente al espejo, medita por un largo rato sin dar importancia al comunicado y toma su abrigo oscuro que cubre su piel delicada. Sale.

En la carrosa toda cómoda de su pretendiente se percibe el exceso de colonia, gel, y salpicaduras de lujuria.

Por su parte, el amado también espera. A pesar de su pesar mantiene el optimismo.

Afuera, en la calle, los restaurantes con colores elegantes hacen lo suyo. 

Al mismo tiempo las bombillas del centro colonial rebotan en el parabrisas del vehículo y también rebotan en los ojos de ella.
Una ráfaga de culpa inunda su conciencia. Con improvisada actuación de galán de telenovela mexicana el tipo del volante conversa, mira de reojo, se moja los labios, cuenta cómo le fue en el trabajo, dice lo que más le gusta, habla de deportes, habla de su ego; trata de agradar, pero resulta empalagoso, habla pero no dice nada y otra vez trae a la memoria su desdicha amorosa para mostrar pena. Y así equilibra el momento...

Ella le sigue la corriente, al mismo tiempo intenta reírse de su felicidad infeliz de soltera para decirle sin hablar que quiere intentar algo con tal de olvidar a su amado.

En las concepciones de la nueva ola de protesta igualitaria y anti discriminatoria contra la mujer este enunciado sonará machista y ofensivo, pero hay que decirlo: el hombre siempre dirá que sí a las pretensiones de una mujer, sin importar sus condiciones.

Es así entonces como ella se le insinúa y besa su mejilla con un mensaje oculto, con o sin sentimiento, eso es lo de menos. El tipo del volante sonríe levemente y se sonroja pensando que su cometido está cerca.

El amado, en casa, se frota la cabeza con la intriga de sus pensamientos al no ver respuesta en el mensaje enviado horas antes a la muchacha.
Él viste de traje elegante, escucha música que reemplaza el ahogo de su voz. Después de varios minutos por fin decide aventurarse.

No imagina una vida sin ella, mientras camina por la acera las mujeres fáciles se le acercan y no mira otra cosa que la película que vive su amada con el tipo del volante.

Mientras tanto en el volante, el tipo usa el ticket del parqueadero y entra a un reconocido establecimiento. Bebe cerveza, no quita la mirada de la bella mujer que lo acompaña, ella también lo mira.


En su expresión de cortesía hay algo que no la convence en su totalidad, detrás de esa barba, de su semblante, de su hablar, de su gestualidad, de su ego, de su currículum personal, de su genealogía, de su rutina... 

Ella interpreta que el tipo formal que está en su delante no ha pasado por situaciones comprometedoras reales que le hayan puesto los pies en la tierra, le falta aún por conocer del otro lado de la vida, "le falta calle".

De pronto, en su desvarío, recuerda cuando se conoció con su amado de toda la vida en la universidad un día común cuando las diplomacias de la burocracia los pusieron frente a frente.

Ambos completos desconocidos con amigos en común quienes interfirieron para bien en su lazo que duraría hasta ese momento en el restaurante mientras analizaba al mercader que tiene en sus narices.

Se miraron en el despacho de la facultad y se conocieron y no se agradaron en primera instancia, típica anécdota trillada, pero así, según dicen, inician los verdaderos amores.

Salieron un par de meses, bailaron, y se gustaron, hasta que un día de mayo acordaron con un corto beso en la comisura de los labios ser pareja de enamorados oficiales.

Sí, eran la envidia de quienes no pudieron poner su huella en alguno de esos dos. De arriba a abajo juntos de la mano ignoraban comentarios infundados y mal venidos.

Ambas familias estaban contentas con el progreso de sus hijos y ya sabían de los gustos de cada uno.

Una ocasión doña Juana, madre de ella, le preguntó qué le gustaría comer al joven invitado, a lo que todos en la sala voltearon a verlo con asombro, pues se había ganado tal consideración que ni el menor de sus hijos era complacido con tales opciones a la hora del almuerzo familiar. 

Enseguida los comentarios a favor y en contra surgieron alrededor de la sala mientras repartían el licor para alegrar el ambiente. ¡Salud! dijo el joven mientras alzaban los vasitos cocteleros.

Asimismo, Berta, la prima solterona de la dama, preguntó quién era la persona que osaba entrar en su casa y poner los pies encima de la mesita en medio de la sala, con un tono de vergüenza el invitado dijo "discúlpeme Berta, fue sin querer. Me siento muy casado", a lo que esta sentenció refunfuñando "¡te vas de mi casa!"

Fue un insulto para ambos así que se fueron los novios agarrados de la mano sonrientes, pues no era la primera vez que la mujer cuarentona adquiría actitudes desatinadas con cualquiera que ensuciaba los muebles que heredó de su abuelo, quien en sus mejores tiempos fue el primer colono en llegar a la montaña de lo que sería la ciudad capital y fundar la capilla en donde adoraban al Santo Lucas de los Desamparados, patrono de los vendedores del pueblito naciente...

Al paso que caminaba sin rumbo, también al joven enamorado se le venían a la mente los buenos recuerdos del siglo de oro que vivió con su amada que era cortejada en un restaurante elegante, en una mesa para dos con excelente vista al parque central, con vino tinto y música al son de bolero.

Cada detalle le recordaba a ella, el hecho de caminar a solas en la calle era una tortura. Tenía que esconder las manos en los bolsillos para no sentirlas vacías, cuando antes eran copadas en su totalidad por sus dedos blandos y puros.

Los girasoles del parque se parecían a sus ojos oscuros cuando alzaban la vista al besarse y juntarse con los suyos. Al paso que andaba sacudió de un zapatazo el ajuar que decoraba ese sitio porque era obvio que el recuerdo carcomía sus más perversas intensiones de ir a buscarla y devorarla a besos apasionados.




Por la ventana del restaurante, en donde se ubicaba la mesa decorada, un brillo de faro iluminó la esquina en donde balbuceaba el tipo elegante que pretendía a la chica. Esos destellos provenían de la mujer que había reconocido al muchacho desconsolado que se batía con las flores del parque a puñetazos y con la ira de sentir el robo anticipado de su amor.

De inmediato la mujer saltó por la ventana y corrió a socorrerlo con caricias y besos; él en cambio lloraba de rabia, impotencia, y culpa.

Al momento de mirarse uno a uno y codo a codo, sin previo aviso varios perdigones de acero atravesaron la frente del chico enamorado. Fue como un susurro ligero pero tajante.

Al frente, en el portón del salón, el galán mercader contemplaba el ritual de amor que no pudo conseguir, después sonrió aliviado y se marchó con la escopeta al hombro.



  
         
 


Comentarios

  1. Maravillosa manera de llegar a tus lectores con historias llenas de emoción y verdad...

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