Espejismo





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Estaba mirándose en el espejo muy minucioso. Lavó su rostro rasgándose la piel con la yema de sus dedos con fuerza por varias ocasiones, la frente denotaba arrugas y la calvicie se asentaba en el territorio donde antes el cabello era el amo y señor. 

Con un tinte barato se pintó el pelo del color de su conciencia. La rasuradora de cincuenta centavos estaba áspera de tanto uso, entonces se frotó un poco de líquido de lavar platos en lo que quedaba de su quijada y en los pronunciados pómulos, después, con un ritual doloroso empezaron los movimientos de su muñeca derecha de arriba hacia abajo. 

Levantó la cabeza y juntando los labios como queriendo dar un beso se afeitaba la garganta. Pasaron unos minutos y nuevamente se miró en el espejo, tenía la sensación de ya casi. Sus ojos evidenciaron los párpados caídos, medio cansados o enamorados no sé qué. 

Con esa misma voluntad se cepilló los dientes como tratando de pulir un pedazo de madera sin forma y sin brillo, es decir, el deshilachado cepillo, antes de morir roto, quedó maltrecho al frotar sus dientes incompletos y amarillos. Mojó sus labios con su lengua y sonrió después, era una sonrisa burlona y resignada, pero en su inconsciente sabía que valdría la pena. 

Entró a la ducha. La piel arrugada le colgaba en los brazos y piernas, tanteó el agua fría que sale de la tubería a las cuatro de la tarde y con respiro profundo se lanzó al chorro que chasqueaba poderoso en el piso de concreto. Sostuvo el frío, sopló a breves tiempos por la boca, evitó mojarse la cabeza para que el tinte negro no se le corriera, se restregó por el cuerpo un jabón azulado para lavar ropa, y estuvo listo en poco tiempo. Más despierto que nunca.

Con la toalla agujereada cubriendo la mitad de su cuerpo salió de inmediato y buscó ropa cómoda en su viejo anaquel. Con un par de palmaditas en su cuello vertió lo que quedaba de los sachets de muestras de perfumes de una revista, y luego corrió para la cocina.

De un costado del mesón sacó una caja de cartón con algunas compras que hizo días atrás, considerando también que la nevera guardaba unos cuantos camarones y demás chucherías raras... Con los sartenes y utensilios adecuados se remangó la camisa a cuadros y empezó. 

Estaba preparando una receta familiar que de vez en cuando la aplicaba en momentos especiales. Antes cerró la puerta de su habitación para que el ruido y el olor no se filtraran.

Parecía un experto el tipo. Salteaba los camarones enormes con una sola mano, añadía especias y mantecas secretas, metía los dedos a ratos para probar el experimento, a veces también la llama subía hasta el techo. 

Según sus cálculos las porciones estaban previstas para dos personas. Dos copas elegantes, dos platos de porcelana importada, dos velas rojas en la mesa, dos servilletas de tela  rojas, dos claveles rojos estrangulados con una cinta roja en medio de la decoración, dos sillas, dos sentimientos, y una botella de Merlot, su favorito... ¡Qué tiene en mente! 

El momento de aseo, cocción, preparación y logística estuvo acompañado todo el tiempo por una música con ritmos de Jazz y Bossa Nova. El tipo sabe.

Alguien toca la puerta, son las seis treinta de la tarde/noche. Su modesto departamento ha sido limpiado y tiene fragancias de popurrí por todos los rincones. 
- Hola, te estaba esperando. Adelante.- Dijo el dueño de casa. 
- Hola, ¡qué rico huele!- Comentó la visita sin despegar la vista del atractivo cincuentón que abrió la puerta.
Como cortesía se sirvieron vino y ambos brindaron. 
- Por la vida?
- ¡Por la vida!. Rieron juntos y chocaron copas.

La degustación fue de otro mundo, miradas idas y venidas tornaban el lugar con una tensión deseosa para ambos. Los camarones en buena mezcla con la bebida fueron el aderezo perfecto, y el recuerdo de su romance hizo que ambos se sonrojaran.

Ese roce de las palabras, ese roce de las piernas debajo de la mesa obligaron a que se abra la otra reserva del vino tinto que tenía guardada la mujer en su bolso de cuero negro. Salud!

Tuvo varias aventuras en su época pero siempre estuvo enamorado de la mujer que lo acompañó esa noche en la cena. Era su ex esposa. Por más de treinta años estuvieron casados y que por distancias y sociedades terceras optaron por su distanciamiento.

El viejo romántico había recibido una carta de embargo de su vivienda por parte del Banco la semana pasada y el desalojo inmediato del mismo, a esto se sumó la carta de despido de su trabajo, en un periódico, por recorte de personal.

- Quería conmemorar este bello momento con la mujer que me hizo feliz y lo seguirá haciendo aunque estemos separados. Si estoy en la mierda quiero que sea en tu presencia, aunque sea sólo por decoración, aunque sea en mi imaginario.- Dijo el hombre mientras besaba la frente de su acompañante.


















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