En silencio, casi invisible.





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Doce horas y ocho minutos del jueves no te ahueves de febrero, es obvio el intenso claro de sol que se interpone sobre la línea ecuatorial en ese momento. La vereda luce abarrotada de estudiantes universitarios que caminan como zombies sin saber qué hacer.
Es evidente la deshidratación del mudo con tan piadosa penitencia.

El mudo cuadrúpedo todavía no encuentra la manera de poder cruzar a la acera en donde se ubican los negocios de comida rápida, por tal razón el mudo se entretiene mirando fijamente y sin pestañear cómo se embute con una hamburguesa uno de los comensales, por ejemplo, el gordito virginal con cuatro pelos en la barbilla y lentes grandes con marco grueso, algo parecido a un chico hipster sabelotodo de esos programas de televisión gringa...

El pito de un auto estremece al mudo en su primer intento mientras camina cauteloso de un lado a otro con la lengua afuera y la cola caída.

Un Suzuki Forza 2 del 91 tuneado que conduce el niño rico de papi y mami completa la contaminación auditiva para el mudo que se aturde y desespera  cada vez más con el reggaetón basura, comercial, y pendejo de estos tiempos. Los cuatro ocupantes del auto, todos con sus teléfonos chateando ignoran al can e impiden que pueda cruzar en su segundo intento.

Un taxi se detiene en su delante y en el otro carril no ve a nadie, ese es el momento oportuno. Sin titubeos se lanza a la suerte y trota. La lengua húmeda moja el asfalto, la saliva en exceso se parece al chorro de orina de un borracho cabaretero. 
 Mira muy concentrado cómo el gordito con sus dientes con frenillos de colores despedaza la carne de la hamburguesa. Pareciera que el mudo se imagina un universo de utilidades que le podría dar a esa migaja porque sus párpados aún no se han cerrado como el común de los seres vivos lo hacemos, también porque su lengua relamió los bigotes de su hocico más veces que una pareja de enamorados pubertos besándose. 

En su lomo, un puñado de pelo se eriza al cruzarse otro de sus colegas con la misma misión. Mientras tanto continúa mirando, contemplando y amando a esa hamburguesa.

El gordito de las ciencias exactas sacude el brazo para asustar al animal pero es inútil. Sacude la pierna pero es más inútil todavía porque su pantalón apretado le impide hacerlo. 

Paga el dólar cincuenta, se toma el último trago de frukis y tira la funda amarilla en la caneca de aceite recortada que hace la función de basurero.

Enseguida el mudo escudriña entre tanto plástico y botella hasta lograr sujetar con sus dientes las sobras que encontró. Al rato huye del lugar como un ladrón preocupado, la bolsa se tambalea de un lado a otro mientras trota como perro fino y con la cola arriba.

Al alejarse se escabulle en medio de la gente para esquivar la patada del señor de las hamburguesas, evita el balde de agua sucia arrojado por la señora de las salchipapas, más adelante elude los escupitajos del chico de la pizzería...
Tanta es su desesperación que al cruzar la esquina no logra burlar el parachoque del auto del decano de alguna facultad. 

La muchedumbre enseguida improvisa un funeral lleno de curiosidad para convertirse después en indiferencia. La escena trágica del animal descuartizado y con restos de comida regada no dura más de diez minutos. Las patas arriba del mudo denotan que más bien era muda y que a pocos metros, cerca del callejón, le esperaban sus cuatro muditos hambrientos...
  
    




































   

Comentarios

  1. Muy interesante historia. Me gustó mucho.
    Critica constructiva: Falta mejorar la redacción; solo un poco.

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