To be continued




Era la misa de las cinco de la tarde. El pueblo volteaba la mirada a la torre elevada de la iglesia central en con sus campanas de bronce que estremecían a las vecinas comerciantes y fieles devotas del 'Santo Lucas de los Desamparados'.


Con chales oscuros y enaguas multicolores entraron una a una las señoras a la nave principal del templo santo. El acto era digno de felicitación y alegría pues se casaba la Mercedes.

En los camerinos de la casa del Santo Lucas de los Desamparados, la madre de la novia retocaba con maquillaje prestado el rostro áspero de la muchacha que no llegaba aún a los veinte años de edad.

Afuera, los canastos de las vendedoras hacían de contenedores para los pétalos de flores rojas y blancas. También algunos triciclos abastecían del licor artesanal con sabores para cada ocasión. "Por ser un matrimonio les vamos a dar Puro", decía don Segundo, presidente de la Asociación de Vendedores Informales, mientras brindaba contento el aguardiente destilado de su chacra.

El parque ubicado frente de la iglesia a veces se tornaba incompleto porque los comerciantes, quienes cantaban sus promociones a diario, no habían acudido ese día y los niños caprichosos lloriqueaban y decían que ni el señor de los helados, ni la señora de la espumilla, ni el joven de los caramelos abastecían tales paladares desesperados.

Una mujer refunfuñaba enfurecida porque hasta el niño que vende cigarrillos desapareció, y por supuesto que dejaría su delantal de lado pues él sería quien llevara los anillos de bodas hasta el altar.

A propósito del altar, allí estaba el 'gringuito' que desposaría a la Mercedes, esperando entre la delgada línea eterna que uniría a su cultura con la de su amada. 

La pista musical de la tradicional caminata de la novia sonó. El DJ subió el volumen para que el parque y todo el pueblo se entere de que su campesina por fin dejaría ese pedazo de tierra olvidado por Dios y se iría a las 'Europas'.

Las fotos de los smartphones salpicaban los flashes por doquier; Mercedes, sujeta del brazo de su padre, titubeaba en cada paso por el temor a caerse con los tacones que había heredado de su madrina, quien se casó meses atrás.

El Padre Prudencio, un español 'ojiverde' recién graduado del Seminario, miraba con desdén a la chica, recordaba cuando él se le insinuó en los cursillos que la iglesia se inventaba para 'recibir el sagrado sacramento del matrimonio'. A ratos se cruzaban sus miradas pero ella se mantenía firme y lo disimulaba debajo de su velo blanco como las nubes.

Las bancas de la iglesia estaban divididas en dos columnas. La mitad para la familia de la novia, y la otra mitad para la familia del novio. Pero después de todo no era necesario, el pueblo había copado los espacios sobrantes que el novio había dejado.

Todos entendieron tal situación porque el 'gringuito' había llegado de aventurero y con poco equipaje hasta esta zona y sus familiares se enteraron de su novedad por los mails que  reportaba.

"Me enamoré de ti porque me gustan los libros que lees y porque quiero conocer de tu cultura", comentaba Mercedes en el micrófono que el Padre Prudencio sostenía.

"Yo te quierou porque a mí gustar cultura y tú...", intentó decir el novio muy nervioso y ante la risa de todos los invitados y colados.

A la final se casaron, las lágrimas de emoción de los familiares de la mujer estaban acompañadas de buenos deseos y bendiciones con olor al buen licor artesanal.

Los comerciantes por su parte levantaron en hombros al 'héroe' que sacaría de la desgracia a la chica que se apostaba todos los días en la canchita de ecuavoley a vender dulces tradicionales que su madre elaboraba cada madrugada. 

La ceremonia duró poco. Los señores de las ventas, entre cuchicheos, desaparecieron del lugar antes de que la policía municipal los agarre a golpes por obstaculizar los sagrados graderíos de la Santa Iglesia que cobija al Santo Lucas de los Desamparados. 

El parque nuevamente se llenó de color y al mismo tiempo de rutina.
















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