Si yo tuviera un millón. Poema a mi abuela.

Cuando mi abuela estaba en sus veintes, mil pretendientes aullaban en su balcón. Piropos por aquí y por allá y ella ni caso. Estaba eternamente enamorada de Jaime Edmundo, el robusto señor de manos callosas y sangre liviana cuando quería, mismo con quien años más tarde formaría en su catre al equipo de fútbol más completo de la genealogía de 11.

Digna dama del sur de la República, con linajes acomodados, con tres nombres y tres apellidos que a la final valdrían nada ante la vasta inteligencia y sencillez de Jaime Edmundo.

Familiares de respeto e ilustrados a medias tiraban letras y soplaban palabras con rima en la rama del cedro que plantaron en su patio, en la finca de tierra húmeda. 
Una tarde de febrero del año 1970, un tío materno de mi abuela de veintes le dedicó algunas estrofas por ser la flor de la familia, y una soñadora de la vida...

"Si yo tuviera un millón"

Si yo tuviera un millón 
de relucientes monedas
para gastarlos sin pena
sin regreso, ni control.


Primero yo compraría
veinte años de juventud
con sol, con mar, y alegría,
y un tesoro de salud.

Luego, buscaría novia.
Si no la tuviera en casa,
para arreglarme la alcoba
como tacita de plata.


Para que inspire mis sueños
y aliente mis esperanzas
y me traiga con sus besos
la luz de cada mañana.

La quisiera comprensiva,
bonita, suave, discreta
como una flor sensitiva
en el ojal de un poeta.


Que al año justo me diera
un angelito de amor.
Dulce como una quimera,
tierno como un corazón.

En mi quinta solariega
de clima primaveral
verla feliz como juega
con su pecho maternal.


Saber mío el paraíso
lleno de frondas y arpegios
y sentir que todo se hizo 
para realizar mi ensueño.

Los tres, desde la colina
que otea los verdes campos,
soplemos la neblina
que sube de los barrancos.

Y el paisaje será inmenso
para los ojos de mi alma
porque todo será cielo
en mi ser y en la distancia...

Y cuando ya esté mozuelo
el que llevará mi nombre,
mi cariño, y mi desvelo,
lo forjarán todo un hombre.

Levantaremos las anclas
del bajel que tengo en puerto
y a viajar como yo anhelo
por las tierras más extrañas.

Visitar los monasterios
del Tibet y Shangrila,
nadar con los polineses,
y bañarse en el Jordán.

Y devorar el espacio
desde el sur al septentrión.
Comprar sedas en Damasco
y perlas en el Japón.

Mirar con ojos de asombro
cataratas de Iguazú,
nubes de sangre en El Congo,
pernoctar en un iglú.

Y desde la torre Eiffel
ver la gloria de París,
tomar ajenjo en Argelia,
manzanillas en Madrid.

Burlar las murallas chinas
y penetrar en Pekín,
y, como las golondrinas
volver a nuestro jardín.

Cuántos ensueños vividos,
cuántos monedas gastadas
del ilusorio millón,
y aquellos tiempos perdidos
en ilusorias jornadas
sin motivo y sin razón...

Pero, esto al hombre no cansa
porque vive en la esperanza
de engañar al corazón,
y por eso esta balada
es una humorada
si yo tuviera un millón.


Por: Benjamín Ruíz y Gómez
Quito. Febrero 12 de 1970
Finca "Rancho Magdalena"
          Los Bancos

El viejo poeta después de empuñar su firma dedicó lineas extras a mi abuela de veintes, Ruth María Magdalena Miller Ruiz y Gómez.

Y dijo: "Para mi querida Magdita Miller. Con mucho cariño".






    

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